miércoles, 28 de septiembre de 2011

Perdiendo contacto.

Si, me gusta. No digo que desde la primera vez que lo vi pero me gusta. Su casi perfección me incomoda, ante los ojos me incomoda pero me gusta, me gusta su forma de vestir y siempre lo veo, lo veo sin disimular, lo veo y me gusta.
Me gusta pero no me le acercaría, porque me gustan las cosas ajenas, que no tienen dueño pero ajenas a mi entorno, él está erróneamente puesto en escena, pero está en mi vida, tal vez no lo pienso todos los días, pero es algo nuevo. Algo mayor y es muy guapo, te cuento.
Te cuento que no es tan perfecto como el quiere hacerse parecer, y eso me gusta más, su prepotencia sube de inmediato y se acomoda entre cada una de mis neuronas, no veo más allá de sus palabras.
Me sobran clases para verle pero más para admirarle más que los zapatos el alma escondida detrás de ropa cara y fingiendo finura.
Le admiro el alma obsesionada con la filosofía y con otras cosas, oigo voces desde el infierno diciéndome que me aleje, peor no corro el riesgo porque ni me acerco.
Me gusta su manera desenfrenada de usar palabras en otros idiomas, me gustan las bromas que muy pocas veces dice, me gusta la sonrisa que trata de esconder pero una que otra vez la asoma, como asoma la pureza que tal vez no tenga pero la veo en una retorcida imagen de paranoia que me corroe, cuando le veo, cuando le veo los zapatos impecables y la humildad que deja tirada en el piso pues su arrogancia es alta, tan alta que no lo permite mirar abajo para ver qué está dejando, derrocha galanura, tendencia al alma pensante.
Me gusta, hasta el último centímetro de su elegancia, hasta el coraje más grande que por su culpa habré hecho o haré, me gusta por el mero gusto de gustarme no por otra cosa.
Y aún con su pesadez y su ironía, me pesa en el alma el algún día dejar de verle.

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