sábado, 26 de noviembre de 2011

Jugando.

Me recordó, quizás el mismo tiempo aquella vez que jugábamos gato y me dijiste: ¿Te fijas? Ninguno de los dos hace nada por ganar, pero hacemos hasta lo imposible porque el otro pierda.


¿Tú te acuerdas?

jueves, 17 de noviembre de 2011

Invisible. Bajo un cielo indiferente.

Carta a un sueño.

Siempre terminamos debiéndole algo a alguien, el corazón intacto, cauteloso da vuelta a la izquierda en la avenida y se cruza con varias calles sinsentido las cuales lo llevan al callejón sin salida del ósculo, del desenlace amoroso.
Crueldad. Así le llaman al corazón vagabundo que lleva consigo dolor y desgracia por todo el recorrido que diariamente hace deambulando poco a poco entre sollozos y silencios.
Lamentablemente nadie puede consolarlo, mucho daño ha sufrido ya como para detenerse a platicar con alguien y contarle una a una las penas que lo hacen sufrir.
Delira. Se mira poco a poco en el espejo de su desgracia y llora, ya no sabe que significan sus lágrimas que salen sólo en el silencio de estrepitosos gritos interiores que sólo él escucha.
En las noches intenta desparramar tanto desengaño en una laguna de lamentos. Pero se incorpora. Se vuelve y sonríe, da vuelta a la izquierda de la misma calle y sigue lamentándose el no haberle dicho tantas cosas en la cara, lo bueno de aquél asunto, es que está ya completamente olvidado, bastantes años, ¿No?
Simula, simula el haber perdido algo porque la verdad es que ganó mucho con su despedida.
Desespera, porque corre vacilante entre calles conocidas por otro amor, este era alguien casi insignificante, así que no dejó mucho, sólo un poco de viento y de incógnitas que no se preocupan mucho por ser contestadas.
Sigue… su camino es aún largo, dicen.
Curiosea, entre tantas preguntas, hace una pausa y piensa, vino alguien mucho peor, tampoco lo quería, sólo estorbaba y me hacía bombear menos sangre, vivía casi apenas, era demasiada carga para mí, lo bueno es que Dios lo quitó de mi lado, suspira y da gracias, sabe que no fue su culpa y se arrepiente de siquiera haber tenido trato con él.

Aquí es dónde llora, llora mucho, donde empieza la dificultad del habla, sabe que desde entonces no supera, no descansa, no se alivia.
Si quizás su orgullo no hubiera sido tan grande… pero luego recuerda que alguna vez, se vistió de rojo, escribió palabras y se quitó el orgullo, le dijo muchas cosas, cosas que realmente sintió, él cedió y la abrazó, pero no fue suficiente, él tal vez vagaba entre recuerdos del pasado y eso hizo caer todo el telón, pero la función no terminó.
Cuando todo iba tan bien, tuvo que posarse entre sus ojos, la cuestión equivocada. Decidí mal, sí. Acertó.
Debí quedarme con él y no voltear a ver a mi pasado, debí de haberlo hecho, mi vida, (decía) realmente se dividía entre dos personas, mi realidad entre sueños como siempre y mi pasado intangible e irremediable.
Pero había una tercer persona en discordia… quién realmente buscaba darle felicidad a ese corazón que siendo las doce y media debía de irse, que siendo jueves y ya de tarde debía marcharse, cuando el reloj dijera seis, cuando marcaran con angustia las manecillas el dolor de su tristeza, cuando sintiera que el paso amargo de sus pies ya no podía más, cuando sintiera sobre sus hombros el peso de su alma, cuando dijera que era silencio lo que más le incomodaba cuando hablara frente a él y le dijera, que no siempre el que ama es el que gana, cuando le susurrara en el oído y le dijera que tal vez y entre sueños mi amor siempre será tuyo.
Dos besos más y concluimos, dos besos más y nos vamos, dos besos más y me quedo, entre tu aliento y mi voz, porque a pesar de tener a quien me mida el tiempo, dentro, dentro ¿Quién puede saber lo que siento?

Fin, dijo la razón, ya me cansé de dividirme entre lo correcto y la pasión, ya basta de sueños y de alegorías.
Te quiero sin mentiras.
Con el alma hecha trizas.
Con el tiempo tras de mí, la hora que se llega y damos vuelta en dirección opuesta a un lugar que desconocemos y es allí donde beso a beso se termina la razón y empieza a callar el corazón.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Opresión mental.

¿Qué clase de brujería es esta? En la que nos encontramos presos, la que nos tiene envueltos.
Era un día, pueden ser dos, la verdad ni lo noté.
Caminamos. Nos miramos sin pensarlo. Lo pensamos. Nos causamos enojo. Sabes que iré. Lo contactas, pierdes sentido, sabes que me extrañas, tus ojos, se cruzan, se entrelazan por delante de la pantalla como si realmente pudieran. Me miras, me imaginas, recuerdas, sabes que estoy allí, te das cuenta, si lo estoy, si me imagino, quiero mirarte, pero no quiero verte, tengo horror de sentir lo que siento y que quiero dejar de sentir, no quiero. Me muero de ganas, me saturas.
Escribo poco a poco en su nombre las palabras que con recato intento que veas, que quiero que veas. Tus palabras cortantes, vacilantes entran en mis pupilas y me ven, se burlan cada una de las letras que por medio del teclado escribiste, se burlan del pasado que nos une y de la vida que nos separa, me ven, retándome con ganas para que te conteste tantas cosas, asiento la cabeza, volteo a mirar a mi derecha, me equivoco, está a mi izquierda, le pregunto, asiente.
Me convenzo de que ese día lo veré de nuevo después de meses, después de respiros entrecortados y después de mí, después de las llagas que una a una he contado en el fondo de mi corazón, sufro, sufro poquito y por dentro, pensando tiernamente en todo y deseando que algo pase y que impida que te vea, porque alguien se ha encargado de limpiar, de resanar, de curar, de sanar, de perdonar todo lo que tú hiciste, todo lo que tú destruiste, todo lo que estaba tirado ése alguien lo recogió, reparó con besos y miel la dulzura que convertiste en total amargura, la pesadez él la volvió ligereza, la volvió humildad, me secó las lágrimas, me levantó con tacto y me puso de pie, todo lo ha hecho él, con el tiempo, se ha arriesgado a perderlo todo aun no teniendo nada. Pero llega el día en que tengo que volver a enfrentarme a mi pesadilla, a mi verdugo emocional que me calcina las venas y me destruye las ganas de vivir y de pensar.
Tengo que volver a mirarlo entre nubes de grandeza, de poder y sutileza que marcan mi entorno personal, no quiero verlo porque eso significaría romper todo lo que ya había construido, una muralla entre él y yo, quería construirla con tiempo, con ojos limpios silenciosos, con una mirada que no me miente y que no me traiciona.
Se me hiela la sangre, me congela el pensamiento y caminamos, caminamos más que nunca en una dirección desconocida que lamenta uno a uno los pasos que tenemos que dar.
Nos succiona el viento, me sopla el resentimiento y caminamos más, con el alma volátil intentando poco a poco que no escape, que no se vaya, porque sé que buscará irse tras él.
Mi interlocutor me cuestiona, me reprime, me pregunta que cuanto es lo que falta de camino, aunque a ciencia cierta no tengo la menor idea de cuánto es lo que falta, pero a pesar de todo, el tiempo sólo me consume a mí, no a mis recuerdos encontrados que me aprisionan y me hacen pensar dolorosamente que sé exactamente el camino en donde se encuentra él, a pesar del tiempo, siempre voy a encontrar, no yo, sino mi alma, la manera exacta de saber en dónde está.
Llegamos a un punto en donde necesito la presencia de quién ha logrado sacarme del fondo de tristeza en el que me encontraba atascada. Me contesta. Sólo respiro, él siente lo que siento y se estremece del otro lado del teléfono. Me conoce bien. Se preocupa por mi alma y el estado natural en el que en una situación así lo está haciendo peligrar, se da cuenta. Me habla despacio para no interrumpir mis obstruidos pensamientos, se desahoga, me pregunta algunas cosas y mi lado B del cerebro le contesta sin siquiera saberlo, es la memoria que tienen los corazones para saber en qué estado se encuentra el otro. Cuelgo, respiro y me pierdo en el vacío interno del que no puedo deshacerme.
Algo se vuelve parte de mí. No quiero ni imaginarme el poder que poseen sus ojos a través de la puerta, en la cual ni siquiera hemos tenido contacto.
Tiene poder, tiene brujería, sus ojos tienen brujería y después de muchos años me voy a dando cuenta, de nuevo que estoy inmersa en ella, en esa brujería.
Quiero gritar al estar tan cerca y me desbarato, mi corazón se hace chiquito, más chiquito de lo normal.
Quiero correr en la dirección que sea, para no poder ser víctima de nuevo de su locura, la locura que irradia cada poro de su cuerpo, me vuelvo a estremecer, mis ojeras se derraman en lágrimas que no puedo ni siquiera sacar.
Me hago la fuerte. Mis sentidos se vuelven audaces y a la vez torpes por estar tan cerca de aquél sujeto, es él. Sí, es él, ni siquiera lo había visto y ya lo olía, ya lo veía, mis sentidos lo aclamaban y ya no era yo, era alguien en mi lugar intentado rechazar la fuerza con la que salían las lágrimas invisibles.
Mi corazón se agitó, un paso, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Los escalones estaban consumidos por el poder del peso de mi cuerpo, habían quedado atrás, así como los kilómetros que recorrimos, y los momentos que vivimos.
Los nudillos se acercaban a la puerta, lentamente, se desbarataban y crujían horriblemente, no pasaron ni dos minutos en lo que él se abalanzó sobre la puerta y salió, su sonrisa delataba maldad. Lo primero que intenté fue perder mi mirada en cualquier objeto o lugar excepto su cara, pero no pude. Se acercó y terriblemente debí haber perdido la razón, totalmente.
Me saludó, yo correspondí fríamente mientras una corriente de sensibilidad me recorría todo el cuerpo, asentí y dije: “bien” después de preguntar qué cómo estaba.
No puedo recordar ningún detalle extra porque mis sentidos se atrofiaron por completo y sólo hacía más que mirar, asentir y sonreír cuando lo era necesario.
Algo me preocupaba, tenía medio corazón por fuera y la mitad de la cordura entrando poco a poco en la razón de no saber qué demonios hacer.
A lo que íbamos y él tan risueño y sarcástico como desde siempre, sacando mi instinto, mis ganas insaciables de abrazarlo, hubiera deseado platicar con él de todo lo que tengo dentro, pero es algo imposible, nuestro orgullo no deja vernos tal y como somos, yo lo veo imposible y él a mi… él a mí, no lo sé.
Ya en el ruido de la plática y después de varios encuentros familiares, vuelvo a escuchar después de más de un año los sonidos que emite su voz, aquella falta de respiración que hace que jale con un poco de esfuerzo aire y se escuche un murmullo que quisiera escuchar todos los días de mi vida.
“yo sé que lo quieres, pero es mejor que lo dejes en paz” rondaban esas palabras mi mente mientras dolía, dolía mucho verlo tan cerca otra vez, ver cómo me veía, insólito pero no puedo explicar la manera en la que su par de ojos me veían, me tragaban con ésa mirada verde llena de rabia tal vez, ¿Qué habrá en el fondo? Me extrañará quizás. Le extrañará quizás que siga de pie y con fuerzas, buscándolo o no, de nuevo… como nunca debió de pasar.
El momento de despedirse se dio, llegó el momento, minuto preciso en el que debí separarme del infierno que estaba a punto de cruzar si duraba un minuto más, el infierno de sus ojos que se presentan en forma de paraíso, el infierno de su sonrisa que se presenta como oasis en medio de mi desértica esperanza, ese infierno que vive día a día sin mí, que vive todos los días viviéndose a sí mismo, el infierno que significa ser él.
Hubo un final acercamiento, mucho mejor que el primero, me miró. Me sonrió. Le devolví la mirada congelada y el silencio apesadumbrado, sonreí muy aparte, le dije adiós mintiéndole, comprendí su gesto, la mitad de mi cuerpo le abrazó, suspiré, suspiré sin aire y con el alma entre mis dedos, rocé su espalda en señal de despedida, en ella se quedaron los silencios y mi alma que se resbalaba por cada uno de mis dedos. Le volví la mirada, su sonrisa seguía intacta, no quise quererlo pero algo en mí no lo pudo evitar. Terminó la escena, dos palabras más, silencio… Un paso, dos, tres, cuatro, cinco, seis… los escalones ahora hicieron una distancia cada vez más grande. Desaparecí de sus ojos, despareció de los míos, le di la espalda a su brujería pero traje conmigo la maldición que significa nuestro amor, el amor callado y perseverante que se queda entre nosotros, que se queda esparcido entre tus escalones, que se pierde en el camino, que no sabe a dónde ir, que no sabe respirar y que se ahoga entre palabras, que se ahoga entre suspiros, que se escapa entre los dedos, que se queda entre tú y yo.


Siempre.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Autorretrato

Del alma a ti, reacción a la defensiva. Por mi parte soy o creo ser una persona difícil, cocinera de palabras, trabajando en mis decisiones, colmando gente de paciencia, atesorando recuerdos que olvido rápido, sentimientos que me quedan guardados, de los pies a la cabeza inquieta, preguntona y amigable. Tierna de manos y rápida en mi andar, buscando horizontes y confirmando respuestas.
Amiga de mis amigos, un mundo de enemigos, gloriosos desencantos y muchos imprevistos.
Investigadora de problemas, café de cabellera aunque prefiero el negro por excelencia, amante de la coca cola, dulce de hablar pero fuerte de carácter.
Enamorada de bibliotecas, amor exagerado por los libros.
Ligera para dormir. Inspectora de el cielo azul que sólo lo vi azul cuando estabas conmigo, contadora de estrellas, de sueños y de mentiras.
Desordenada, totalmente persistente, difícil y cobarde al pecado.
Valiente por pura necesidad, triste por sólo recordar. Enamorada tan sólo con el vivir.
Poeta creo por convicción, maldición y por delitos del corazón.
Ah y boba sólo por ti. <3