jueves, 10 de noviembre de 2011

Opresión mental.

¿Qué clase de brujería es esta? En la que nos encontramos presos, la que nos tiene envueltos.
Era un día, pueden ser dos, la verdad ni lo noté.
Caminamos. Nos miramos sin pensarlo. Lo pensamos. Nos causamos enojo. Sabes que iré. Lo contactas, pierdes sentido, sabes que me extrañas, tus ojos, se cruzan, se entrelazan por delante de la pantalla como si realmente pudieran. Me miras, me imaginas, recuerdas, sabes que estoy allí, te das cuenta, si lo estoy, si me imagino, quiero mirarte, pero no quiero verte, tengo horror de sentir lo que siento y que quiero dejar de sentir, no quiero. Me muero de ganas, me saturas.
Escribo poco a poco en su nombre las palabras que con recato intento que veas, que quiero que veas. Tus palabras cortantes, vacilantes entran en mis pupilas y me ven, se burlan cada una de las letras que por medio del teclado escribiste, se burlan del pasado que nos une y de la vida que nos separa, me ven, retándome con ganas para que te conteste tantas cosas, asiento la cabeza, volteo a mirar a mi derecha, me equivoco, está a mi izquierda, le pregunto, asiente.
Me convenzo de que ese día lo veré de nuevo después de meses, después de respiros entrecortados y después de mí, después de las llagas que una a una he contado en el fondo de mi corazón, sufro, sufro poquito y por dentro, pensando tiernamente en todo y deseando que algo pase y que impida que te vea, porque alguien se ha encargado de limpiar, de resanar, de curar, de sanar, de perdonar todo lo que tú hiciste, todo lo que tú destruiste, todo lo que estaba tirado ése alguien lo recogió, reparó con besos y miel la dulzura que convertiste en total amargura, la pesadez él la volvió ligereza, la volvió humildad, me secó las lágrimas, me levantó con tacto y me puso de pie, todo lo ha hecho él, con el tiempo, se ha arriesgado a perderlo todo aun no teniendo nada. Pero llega el día en que tengo que volver a enfrentarme a mi pesadilla, a mi verdugo emocional que me calcina las venas y me destruye las ganas de vivir y de pensar.
Tengo que volver a mirarlo entre nubes de grandeza, de poder y sutileza que marcan mi entorno personal, no quiero verlo porque eso significaría romper todo lo que ya había construido, una muralla entre él y yo, quería construirla con tiempo, con ojos limpios silenciosos, con una mirada que no me miente y que no me traiciona.
Se me hiela la sangre, me congela el pensamiento y caminamos, caminamos más que nunca en una dirección desconocida que lamenta uno a uno los pasos que tenemos que dar.
Nos succiona el viento, me sopla el resentimiento y caminamos más, con el alma volátil intentando poco a poco que no escape, que no se vaya, porque sé que buscará irse tras él.
Mi interlocutor me cuestiona, me reprime, me pregunta que cuanto es lo que falta de camino, aunque a ciencia cierta no tengo la menor idea de cuánto es lo que falta, pero a pesar de todo, el tiempo sólo me consume a mí, no a mis recuerdos encontrados que me aprisionan y me hacen pensar dolorosamente que sé exactamente el camino en donde se encuentra él, a pesar del tiempo, siempre voy a encontrar, no yo, sino mi alma, la manera exacta de saber en dónde está.
Llegamos a un punto en donde necesito la presencia de quién ha logrado sacarme del fondo de tristeza en el que me encontraba atascada. Me contesta. Sólo respiro, él siente lo que siento y se estremece del otro lado del teléfono. Me conoce bien. Se preocupa por mi alma y el estado natural en el que en una situación así lo está haciendo peligrar, se da cuenta. Me habla despacio para no interrumpir mis obstruidos pensamientos, se desahoga, me pregunta algunas cosas y mi lado B del cerebro le contesta sin siquiera saberlo, es la memoria que tienen los corazones para saber en qué estado se encuentra el otro. Cuelgo, respiro y me pierdo en el vacío interno del que no puedo deshacerme.
Algo se vuelve parte de mí. No quiero ni imaginarme el poder que poseen sus ojos a través de la puerta, en la cual ni siquiera hemos tenido contacto.
Tiene poder, tiene brujería, sus ojos tienen brujería y después de muchos años me voy a dando cuenta, de nuevo que estoy inmersa en ella, en esa brujería.
Quiero gritar al estar tan cerca y me desbarato, mi corazón se hace chiquito, más chiquito de lo normal.
Quiero correr en la dirección que sea, para no poder ser víctima de nuevo de su locura, la locura que irradia cada poro de su cuerpo, me vuelvo a estremecer, mis ojeras se derraman en lágrimas que no puedo ni siquiera sacar.
Me hago la fuerte. Mis sentidos se vuelven audaces y a la vez torpes por estar tan cerca de aquél sujeto, es él. Sí, es él, ni siquiera lo había visto y ya lo olía, ya lo veía, mis sentidos lo aclamaban y ya no era yo, era alguien en mi lugar intentado rechazar la fuerza con la que salían las lágrimas invisibles.
Mi corazón se agitó, un paso, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Los escalones estaban consumidos por el poder del peso de mi cuerpo, habían quedado atrás, así como los kilómetros que recorrimos, y los momentos que vivimos.
Los nudillos se acercaban a la puerta, lentamente, se desbarataban y crujían horriblemente, no pasaron ni dos minutos en lo que él se abalanzó sobre la puerta y salió, su sonrisa delataba maldad. Lo primero que intenté fue perder mi mirada en cualquier objeto o lugar excepto su cara, pero no pude. Se acercó y terriblemente debí haber perdido la razón, totalmente.
Me saludó, yo correspondí fríamente mientras una corriente de sensibilidad me recorría todo el cuerpo, asentí y dije: “bien” después de preguntar qué cómo estaba.
No puedo recordar ningún detalle extra porque mis sentidos se atrofiaron por completo y sólo hacía más que mirar, asentir y sonreír cuando lo era necesario.
Algo me preocupaba, tenía medio corazón por fuera y la mitad de la cordura entrando poco a poco en la razón de no saber qué demonios hacer.
A lo que íbamos y él tan risueño y sarcástico como desde siempre, sacando mi instinto, mis ganas insaciables de abrazarlo, hubiera deseado platicar con él de todo lo que tengo dentro, pero es algo imposible, nuestro orgullo no deja vernos tal y como somos, yo lo veo imposible y él a mi… él a mí, no lo sé.
Ya en el ruido de la plática y después de varios encuentros familiares, vuelvo a escuchar después de más de un año los sonidos que emite su voz, aquella falta de respiración que hace que jale con un poco de esfuerzo aire y se escuche un murmullo que quisiera escuchar todos los días de mi vida.
“yo sé que lo quieres, pero es mejor que lo dejes en paz” rondaban esas palabras mi mente mientras dolía, dolía mucho verlo tan cerca otra vez, ver cómo me veía, insólito pero no puedo explicar la manera en la que su par de ojos me veían, me tragaban con ésa mirada verde llena de rabia tal vez, ¿Qué habrá en el fondo? Me extrañará quizás. Le extrañará quizás que siga de pie y con fuerzas, buscándolo o no, de nuevo… como nunca debió de pasar.
El momento de despedirse se dio, llegó el momento, minuto preciso en el que debí separarme del infierno que estaba a punto de cruzar si duraba un minuto más, el infierno de sus ojos que se presentan en forma de paraíso, el infierno de su sonrisa que se presenta como oasis en medio de mi desértica esperanza, ese infierno que vive día a día sin mí, que vive todos los días viviéndose a sí mismo, el infierno que significa ser él.
Hubo un final acercamiento, mucho mejor que el primero, me miró. Me sonrió. Le devolví la mirada congelada y el silencio apesadumbrado, sonreí muy aparte, le dije adiós mintiéndole, comprendí su gesto, la mitad de mi cuerpo le abrazó, suspiré, suspiré sin aire y con el alma entre mis dedos, rocé su espalda en señal de despedida, en ella se quedaron los silencios y mi alma que se resbalaba por cada uno de mis dedos. Le volví la mirada, su sonrisa seguía intacta, no quise quererlo pero algo en mí no lo pudo evitar. Terminó la escena, dos palabras más, silencio… Un paso, dos, tres, cuatro, cinco, seis… los escalones ahora hicieron una distancia cada vez más grande. Desaparecí de sus ojos, despareció de los míos, le di la espalda a su brujería pero traje conmigo la maldición que significa nuestro amor, el amor callado y perseverante que se queda entre nosotros, que se queda esparcido entre tus escalones, que se pierde en el camino, que no sabe a dónde ir, que no sabe respirar y que se ahoga entre palabras, que se ahoga entre suspiros, que se escapa entre los dedos, que se queda entre tú y yo.


Siempre.

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