viernes, 23 de diciembre de 2011

Jamás

Sentía, el mismo dolor que siempre.
Y con esta pena ya ni el miedo se siente, tan predecible. Tan insaciable. El mes tal vez más horrible de mi existencia.
Nunca había sentido un miedo igual, el dolor desvaneció al mismo dolor en un instante, me olvidé de ello… Me había convertido en la portadora de sueños pulverizados en un segundo.
Olvidé el dolor, porque nunca antes en mi vida había sentido tanto miedo. Dos ocasiones, supongo, tú y él.
Tú por sujeto constante de casi todos mis males, sin quererlo, supongo.
Tú por ser tan predecible, tan ilógico.
Por estar en todos lados cuando deberías de desaparecer.
Tú por ser la respuesta a lo que ni siquiera he querido preguntar.
Me diste igual.
Él por lo vulnerable que es.
Él por lo indefenso que lo sentía
Y la gran necesidad de protegerlo todo el tiempo, él me hizo reflexionar, sentada en una sala de espera, sobre lo que en verdad vale la pena, él me hizo darme cuenta del horror que se puede sentir en tan poco tiempo, en el alma. Quería correr, puesto que  ya sabía donde estaba y sacarlo de allí, correr con él lo más lejos posible para evitarle todo ese dolor, toda esa angustia del antes, la agonía del ahora y el dolor del después. Tan sólo de imaginármelo me di cuenta que tú no lo eres todo, que ya no.
Fue Dios, el que me hizo darme cuenta de que tú ya no debes estar presente, no de la manera en la que lo estabas.
Debes de estar presente sólo para recordarme lo mucho que puedo llegar a sufrir.





- ¿Tienes miedo ahora?
Tal vez, sólo de perderlo.

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